Niños soldado - Los hijos del éxodo | Sierra Leona
Los hijos del éxodo y la misericordia, ‘educados’ en un ambiente desesperanzado, acaban reclutados como carne de cañón para guerras sin final ni solución política, que los organismos internacionales se limitan a poner entre paréntesis como problema sin resolver.
Son jóvenes hijos de campesinos o refugiados que se ven convertidos en soldados adolescentes, que aún gustan de llamarse ‘freedom fighters’ pero luchan con espíritu y métodos radicalmente distintos a los combatientes de los antiguos frentes de liberación, que soñaban revoluciones y peleaban contra la opresión colonial.
Equipados con los restos de otros naufragios históricos y haciendo gala de la disciplina de una banda de piratas, combaten y mueren en guerras casi siempre olvidadas por nuestros medios de comunicación.
Se calcula que solo en la pequeña Sierra Leona fueron entre 6.000 y 10.000 los niños que combatieron en la guerra durante la década de los noventa. Uno de los países más difíciles que he pisado, donde, en gran parte del territorio, la vida vale menos que un litro de agua embotellada.
La pobreza, sus consecuencias, son inimaginables. Es imposible asimilar lo que éstas suponen para quienes sufren la carencia absoluta de las cosas más elementales para el desarrollo de sus vidas.
Entré en el país desde Guinea y lo hice con un claro propósito: recoger la historia de uno de los muchos ex niños soldado que aún viven su recuerdo en silencio. Algo que, tras muchas jornadas de búsqueda, conseguí llevar a cabo entre un sinfín de lágrimas.
En los primeros días ya había visitado el primer orfanato en el país. Fue en Port Loko.
Para alentar revoluciones de amor, no de sangre, hay que formar ciudadanos libres que sean críticos.
Poco después me encontraba en Makeni, donde conocí a Victor Mosele, un misionero javeriano nacido en Italia y con casi treinta años de experiencias múltiples en Sierra Leona, entre las que se encuentran dos capturas por los rebeldes del Frente Revolucionario Unido (en inglés RUF) durante la guerra civil. Aún conservo sus memorias con el mismo respeto y cuidado que él me las entregó.
Antes de su primera captura en 1996, Víctor estaba al cargo de treinta y tres escuelas que acogían a más de seis mil alumnos, algunos de los cuales estarían poco después entre sus captores. Niños entrenados para luchar en guerras que no son suyas.
No muy lejos de Víctor se encontraba mi buen amigo José Luís, un misionero agustino recoleto y navarro de los pies a la cabeza. Junto a él y su gente pasé siete maravillosos días. Gracias a él descubrí un poco más la historia que guarda este país. También gracias a él recuperé varios de los kilos perdidos durante el año y medio de pedaleo que hasta entonces llevaba en África.
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La pobreza, sus consecuencias, son inimaginables. Es imposible asimilar lo que éstas suponen para quienes sufren la carencia absoluta de las cosas más elementales para el desarrollo de sus vidas, más aún si se trata de niños y niñas a quienes, claramente, no les corresponde crecer en esta situación. Si puedes y quieres apoyarnos, te estaremos muy agradecidos. ¡Ánimo con ello!